martes, 13 de diciembre de 2011

Navidad en la Tierra


La fiesta más importante del año cambia y hasta se desfigura. Sucede en España y en cualquier rincón del mundo.



La primera vez que Ana oyó hablar de Papá Noel tenía ya 22 años. Fue en 1960 cuando llegó a Madrid como soltera. Hablaba de sus recuerdos con su amiga Chus en la cafetería de un centro comercial decorado con luces, guirnaldas y Santa Claus. Hablaban de cómo eran sus Navidades siendo niñas. En la Castilla de la posguerra nadie recibía regalos el 24 de diciembre. Si acaso en Reyes. Cenaban capón engordado en casa o lechazo y pasaban las noches en familia, con amigos y vecinos cantando villancicos con panderetas alrededor de un fuego. El turrón era siempre duro y los mazapanes, horneados en casa de la abuela.


En nada se parecen aquellas Navidades a lo que hoy se vive, no sólo en España, sino en cualquier rincón del mundo. La influencia de Estados Unidos y, fundamentalmente, el poder de la industria cinematográfica de Hollywood ha inundado las calles de Papás Noeles, de renos Rudolf y de nieve, natural o artificial. Han cambiado nuestros hábitos y costumbres. Rara vez a lo largo de la historia ha nevado en Belén, la cuna o pesebre del cristianismo.


Sin embargo, no hay decorado navideño que no tenga su ración de poliespán (corcho blanco) o copos de nieve de Koth. La explicación está en el cine. No hay película navideña sin nieve, porque, por ejemplo, en diciembre en Nueva York hace un frío que pela. ¿Quién no ha soñado alguna vez con vivir una Navidad en la Gran Manzana? Allí, la decoración navideña está lista el día de Acción de Gracias, el cuarto jueves de noviembre. Sin embargo, la inauguración oficial se produce una semana después, con el encendido del árbol del Rockefeller Center, en el corazón de la Quinta Avenida. Cada año se dan cita unas 200.000 personas para ver cómo se iluminan al tiempo las más de 30.000 bombillas. Todo un espectáculo y una tradición que data de 1931 y que merece la pena ver, como patinar en la pista de hielo con villancicos de fondo.


Pero en Manhattan es Navidad desde finales de noviembre, desde el Black Friday, el primer día de compras que marca incluso la apertura de Wall Street. Las tiendas y centros comerciales se visten de gala, como Cartier, con sus gigantes soldados de plomo en los balcones y un enorme lazo rojo alrededor de toda la fachada. Y así los neoyorkinos esperan la noche del 24 de diciembre y la llegada de Santa Claus; eso sí, con el estómago lleno después del pavo.


En Londres, a más de 5.000 kilómetros de distancia de Nueva York, también tienen su árbol y su iluminado también marca el inicio de las Navidades; muy diferente a España, donde el pistoletazo de salida lo da el Gordo de la Lotería. A pesar del frío y la lluvia, el aire cosmopolita de la capital británica y su forma de vivir estas fechas hacen que sea un destino ideal, tanto para grandes como para niños. Su árbol de Navidad también está en un lugar estratégico y turístico, en Trafalgar Square.


Desde hace más de 60 años, Noruega regala este árbol en agradecimiento a la ayuda prestada durante la II Guerra Mundial y su encendido es un evento que nadie quiere perderse en la ciudad. Merece la pena también dar un paseo por Covent Garden y su mercadillo, uno de los más tradicionales, donde se encuentra decoración típica mientras de fondo se entremezclan villancicos que salen de los distintos puestos. Allí huele a Navidad, suena a Navidad. Pero Londres no olvida, al igual que otras grandes ciudades, que es un tiempo de consumismo, en el que los comercios hacen su agosto. Pero ni rastro de Jesús, que es quien da sentido a esta fiesta.


Celebración en Belén y Jerusalén


En Navidad se celebra su nacimiento hace 2011 años, la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo en un pesebre de Belén de Judá. En esa pequeña localidad, a pesar de estar enclavada en los territorios palestinos, casi la mitad de su población es cristiana, aunque cada vez son menos. El epicentro de las celebraciones es la plaza de la Basílica de la Natividad, que se llena de banderas y de decoraciones modestas y que acoge cada noche del 24 un concierto y después la solemne Misa del Gallo, a la que asisten cientos de nativos y visitantes, el presidente palestino y autoridades musulmanas. Es tal la aglomeración de gente que muchos de los presentes se suben a los techos y tejados para no perder detalle de la procesión en la que unos caballos árabes portan una gran cruz, el símbolo del cristianismo.


Para Óscar Mijallo, corresponsal de TVE en Oriente Próximo, fue una “experiencia increíble celebrar la Nochebuena en una ciudad que se asfixia rodeada por un muro de cemento de nueve metros de altura”. Recuerda que un año las autoridades locales enviaron unas felicitaciones, los llamados Christmas, cuando menos curiosas. “Los Reyes Magos intentaban ir a adorar al niño pero no podían porque eran incapaces de atravesar el muro”.


Es la realidad de aquella tierra. Hay un monstruo de hormigón y cemento que separa Israel de los territorios palestinos, pero que no evita la amalgama de culturas y religiones. Muy cerca de Belén está la ciudad de Jerusalén, donde Cristo vivió varios años y murió en la cruz; una ciudad que destila un aroma penetrante a mística, que rezuma espiritualidad, que desprende fe.


Es considerada Ciudad Santa por las tres mayores religiones monoteístas –cristianismo, judaísmo e islamismo– y por ese motivo apenas se nota el ambiente navideño. Los judíos no celebran la Navidad aunque en algunos centros comerciales no pierden la ocasión y preparan alguna campaña para aumentar las ventas. Esto no gusta a la comunidad ultraortodoxa –más de un 30% de la población– que protesta y boicotea comercios. Los judíos sí celebran en diciembre la Januca, o Fiesta de las Luces, con la que conmemoran la derrota de los helenos y la recuperación de la independencia judía en el siglo II a. C.


Los musulmanes, evidentemente, tampoco celebran la Navidad, aunque hay una comunidad importante de palestinos cristianos que sí. Así que las celebraciones son exclusivas de los cristianos que adornan su barrio, la custodia franciscana y el Santo Sepulcro. “Son adornos sencillos pero es muy agradable pasear por las calles angostas de la ciudad vieja transitadas por cientos de peregrinos”.


En realidad –me explica Óscar Mijallo– “hay una doble celebración porque los católicos lo celebramos en nuestras fechas y los ortodoxos –que son mayoría– lo hacen un par de semanas más tarde, en Reyes, más o menos”. Los Reyes son los grandes olvidados de la Navidad. Sus Majestades los Reyes de Oriente son una tradición casi exclusiva de España. En pocos lugares se acuerdan de Melchor, Gaspar y Baltasar, incluso en lugares de Sudamérica donde se mantienen vivas las raíces cristianas de la Navidad.


Las fiestas con sabor sudamericano


En países como Colombia, Venezuela y Bolivia se sigue rezando la novena. Nueve días antes del 24 de diciembre, en ciudades como Bogotá, las familias y amigos se reúnen en las casas para elevar plegarias al Niño Dios. Me comenta Eduardo Suárez, ingeniero de Caminos, que “es la excusa perfecta para quedar con los tuyos, comer rico y tomar unos tragos”. Preferiblemente de guaro antioqueño. Ya saciado el apetito y con la lengua más locuaz, las familias se congregan en círculo y leen cada día una oración. Y cantan con panderetas, zambombas y guacharacas siempre el mismo estribillo. “Ven, ven, ven a nuestras almas. No tardes tanto Jesús, ven, ven”.


La Navidad en Colombia, por la influencia de EE UU, se asemeja a la de cualquier ciudad de aquel país. Las casas se decoran con luces, el verde y el rojo predominan los adornos, hay un árbol en cada salón, calcetines en la chimenea y a la cama, a esperar la llegada de Papá Noel en Nochebuena después de trinchar el pavo y degustarlo. No en toda Sudamérica se come pavo. No es muy apetecible allá donde es verano, como en Argentina. La noche del 24 la celebración es en casa de los padres y cada hijo aporta algo al menú, que se compone de ensaladas frías, como la waldorf, carne asada, panetone de postre y, de bebida, sidra.


Justo a las 12, recuerda Ángeles Macías, de Buenos Aires pero residente en Madrid, “se quema muchísima pólvora y, entre la familia y amigos, nos damos besos y abrazos”. Y se reparten regalos. “Para ellas, pantis de color rosa, para la buena suerte; a los niños, casi siempre son juguetes o algo que tenga que ver con su equipo de fútbol, casi una religión en Argentina”.


De Sidney a Pekín pasando por París


También hace mucho calor en diciembre en Australia. Es pleno verano. Por eso se celebra la Navidad al aire libre, como en la playa Bondi de Sídney. O en Melbourne, donde, desde 1937, se celebran los conocidos como villancicos a la luz de las velas en la víspera de Navidad. Es una noche en la que la gente se reúne para cantar iluminados exclusivamente por la luz de las velas. La Navidad es similar en cualquier parte del mundo. Sólo varían pequeños detalles.


Por ejemplo, en Francia, y su capital París, además de la espectacular iluminación de la Torre Eiffel y los Campos Elíseos, celebran el 6 de diciembre la llegada de San Nicolás, el origen de Santa Claus, y cada día echan un vistazo al calendario de Adviento, abren una ventana y se comen un dulce de su interior.


En Italia es costumbre comer lentejas, especialmente, en Fin de Año, la Notte di Capodanno, y regalar a las mujeres lencería de color rojo para que tengan suerte el año siguiente. En Roma y Nápoles, al llegar las 12 de la noche, se tiran los trastos viejos para comenzar el nuevo año con buen pie.


En Letonia la Navidad está vinculada a los versos. “Un regalo, un poema”, es el lema. Dice la costumbre que en Nochebuena, justo después de la cena, hay que buscar junto al árbol los regalos, pero nadie podrá coger el suyo sin antes recitar un poema. En Polonia, el Belén tradicional incluye títeres y marionetas, algo único en el mundo, y en la República Checa, Papá Noel no entra por la chimenea ni llega en un trineo tirado por renos. En Praga, por ejemplo, Svay Mikalas, como se le llama, llega a la Tierra desde el cielo por medio de una soga dorada junto con sus acompañantes, un ángel y un diablo. También es propio de allí cortar una rama de cerezas y ponerla en el agua dentro de la casa para que florezca. Si el florecimiento llega antes de Navidad, se considera buena suerte y significa que el invierno será corto.


La Navidad es una festividad cristiana que, sin embargo, muy recurrentemente se celebra de forma pagana. Tal vez por eso, la China comunista se ha abierto al mundo occidental hasta para celebrar la Navidad. Allá donde hay negocio llega el gigante asiático. Las casas se iluminan con linternas de papel y los niños cuelgan medias y esperan la visita de Papá Noel, a quien ellos llaman Dun Che Lao Ren, “el viejo hombrecito de las Navidades”. Los hay también que creen que en Navidad nació Santa Claus. De lo que no tienen dudas es del negocio que hay en torno a la Navidad.


Juan Isasa, un español residente en Pekín, cree que es “una excusa para vender más. Todo lo que encuentras es pagano. Árboles de Navidad, gorros de Santa Claus, etc. Se celebra como se podría celebrar en España el Año Nuevo Chino si se pusiera de moda”. Todo es posible.


Los chinos –insiste– buscan que la gente consuma en diciembre. “Todos los hoteles, centros comerciales, algunas residencias, restaurantes donde hay occidentales tienen su abeto y decoración de copos y ciervos. Pero en la calles, pagado por el ayuntamiento, no hay nada”.


 


http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/navidad-tierra-20111210

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