miércoles, 14 de diciembre de 2011

Feliz-y-dad


Por Ángeles Conde

 

Hagamos un ejercicio de memoria. ¿Cuándo hemos sido más felices en nuestra vida?, ¿qué ha sido lo que más alegría, jú­bilo, pla­cer o satisfacción ha pro­ducido en nuestra existen­cia?, ¿estábamos solos o acompañados? Esos momentos, ¿es­taban basados en la posesión de algo material o realizábamos una ac­ti­­vidad nuestra o para alguien más? Tranquilos. No se trata de elegir entre una opción u otra, sencillamente porque cada una de ellas puede aportarnos momentos de fe­li­cidad, bienestar o satisfacción. Imagina una escalera. La felicidad está en lo alto y cada peldaño es una expresión distinta de felicidad: el placer, la alegría, el gozo, la plenitud… Podemos ir ascendiendo hacia una felicidad más madura.

Nadie afirmará en este mundo que no quiere ser feliz. Intentamos enca­minar nuestra vida con acciones hacia la plenitud. El problema es que, como afirma la profesora de la Universidad Internacional de la Rioja y de la Escuela de Pensamiento y Creatividad, María Ángeles Almacellas, aunque la tendencia a ser feliz está inscrita en nuestra naturaleza, “no llevamos programado en nuestro ser cómo responder a esa llamada”. Entonces, si lo que más ansiamos en la vida es ser felices, pero no hay una receta para lograrlo, ¿existe alguna po­sibilidad real de alcanzar, ya en esta vida, la felicidad?

La clave es sencilla: para ponernos en camino hacia la felicidad, lo importante es no empeñarnos en conseguirla. Suena contradictorio pero es sencillo: para ser felices no podemos buscar a toda costa la felicidad. Esa es, precisamente, la paradoja de nuestro tiempo: la búsqueda de la felicidad ha devenido en una obsesión por la felicidad y, precisamente, el no poseerla se ha convertido en fuente de dolor. Hemos errado en el planteamiento. “La desdicha no solo es la desdicha, es algo peor: el fracaso de la felicidad”, como afirma el filósofo francés Pascal Bruckner. ¿A qué se debe este fracaso de la felicidad?

Culpable de este fracaso es el hedonismo que parece erigirse como una de las señales luminosas que nos conducen hacia esos lugares comunes en los que no se halla la felicidad. Ángel Barahona, director del departamento de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria, explica que nos hemos construido necesidades, ídolos y placeres: “Cualquier ídolo es lo siguiente en lo que pongo los ojos porque creo que voy a encontrar la realización o va a darme la felicidad: el dinero, la belleza física, la seguridad, el éxito, la fama, el prestigio, la casa... Cada cual elige o va pasando por todos, se frustra y proyecta otro...”. Así, acabamos lanzándonos a los brazos de una dicha pasajera pensando que será el lugar donde nuestras aspiraciones quedarán colmadas, pero no es así, y todos hemos tenido experiencia de ello.

La profesora Almacellas explica que el gran drama de nuestro tiempo es precisamente que hemos confundido la felicidad con el simple pasarlo bien: “Vivimos en un ambiente social marcado por el hedonismo. Se nos ofrece como ideal de la vida la mera estimulación de los sentidos, conseguir el mayor número de cosas agradables y placenteras con el mínimo esfuerzo posible y sin ningún compromiso ni responsabilidad”.

 

Felicidad y dolor

Evitamos el esfuerzo y evitamos el sufrimiento, más hoy en día en que todo lo que produce dificultad se asu­me como una dura carga. Está claro que nadie, de forma consciente y deliberada, busca el sufrimiento, pero igual­mente claro es que el sufrimien­to y el dolor existen y llegarán a nuestra vida tarde o temprano. Entonces, ¿nun­ca podremos ser felices? Si tra­ta­mos de evitar a cualquier precio el menor disgusto, entorpeceremos el camino para llegar a la auténtica felicidad, porque tendremos que vivir como los bebés burbuja: aislados del mundo y de los demás. Sin embargo, en muchas ocasiones, hemos notado que el sufrimiento enriquece al hombre, lo hace más maduro y, por consiguiente, lo capacita para ser más feliz.

El profesor Barahona asegura que si el sufrimiento tiene sentido se pue­­de soportar. Además, es preci­sa­mente la Cruz la que articula per­fec­tamente una relación lo más armoniosa posible entre felicidad y dolor. El profesor José Benigno Freire lo explica en su libro Humor y serenidad al decir que la felicidad no está detrás de los éxitos o fracasos, la salud o la enfermedad, la riqueza o pobreza, sino que “la ecuación es de sentido contrario: si somos felices, lo seremos en el éxito o el fracaso, en la salud o la enfermedad, en el bienestar o en la íntima zozobra, en la escasez o la abundancia...”.

 

La llave de tu felicidad

“La puerta de la felicidad no se abre hacia dentro, quien se empeña en empujar en ese sentido solo consigue cerrarla con más fuerza. Se abre hacia fuera, hacia los otros”, decía Sören Kierkegaard. O, como apunta Enrique Rojas, “el hombre necesita algo que le falta y que está fuera de él mismo”. Es decir, dándonos a los demás, en las relaciones con el otro, hallo la clave de mi propia felicidad.

Dar sin esperar recibir y, sin embargo, re­cibir el ciento por uno. El profesor Barahona es contundente: “Podemos alcanzar la felicidad dándonos gratuitamente”. En este mismo sentido, la profesora Almacellas apunta que “en la vida de una persona, lo más importante y decisivo es el amor”. Dar amor y recibir amor porque, en palabras de Benedicto XVI, “cuando se experimenta un gran amor, se trata de un momento de redención que da un nuevo sentido a la existencia”.

 

En compañía

Nuestra vida cambia al ser amados y siempre es un cambio a mejor. Así, parece ser que una de las grandes claves de la felicidad es el amor. Para ser feliz, hay que amar, y amar en grandes dosis. Tomás Melendo, director de Estudios para la Familia de la Universidad de Málaga, afirma en su libro Felicidad y Autoestima que “la existencia terrena del ser humano es una maravillosa oportunidad que Dios le ofrece para engrandecer y acrisolar, con sus obras, su capacidad de querer; para incrementar la consiguiente posibilidad de experimentar el gozo de ser amado: por eso, en el amor encuentra su cumplimiento personal último, su perfección decisiva y el fundamento de su felicidad”. El profesor Barahona concluye que ser amado es un don, donarse al otro y amar de forma gratuita es una búsqueda esforzada. De este modo se entiende que el camino de la felicidad no es otro que aprender a amar. ¿Acaso no vivimos los momentos más felices cuando estamos unidos a nuestros seres queridos? Aunque no sea en una mansión de oro y disfrutando de los más excelsos manjares, simplemente con lo sencillo..., lo que importa es el amor que existe entre nosotros. Así lo piensan la mayoría de los españoles.

El Instituto Coca-Cola de la Felicidad, constituido en 2007 por expertos en distintas materias y que ha sido la primera institución en elaborar un informe en nuestro país sobre la felicidad, afirma en su primer estudio que las personas que viven en hogares de entre dos y cuatro miembros se consideran más felices que las que están solas. El informe, publicado en 2008, refleja que la familia está considerada como una institución básica y que las personas más felices ven con frecuencia a sus padres y hermanos. El segundo de sus informes (2009) afirma que las vacaciones de verano, Navidad y los momentos con la familia y los amigos se alzan como los instantes de mayor felicidad para los españoles. Lo que más aprecian los españoles de la Navidad es disfrutar de su familia.

 

 

Salud, dinero y amor...

Cuando alguien se cuestiona por la felicidad profunda puede distinguir entre los momentos de felicidad –estar feliz– y la felicidad como estado general: “Ser feliz”. Al pensar en cómo, cuándo o por qué se llega a ese estado general tan anhelado, se reconoce, rápidamente, que los bienes materiales son finitos y, por tanto, no pueden responder a la sed de felicidad del hombre. Buscamos un bien mayor, no un bien que muera con el tiempo, que no nos canse, que no nos deje vacíos por dentro. Como asegura Enrique Rojas en su libro Una teoría de la felicidad, “lo que el hombre quiere es el bien. Nadie puede querer para sí mismo algo que es objetiva y palpablemente malo”. Amar es entonces buscar el bien del otro. Aquí es donde bien y felicidad se dan la mano. Tomás Melendo lo explica así: “Quien de veras se ocupa solo del bien de los otros, por el simple hecho de cesar de perseguirla (la felicidad), se encuentra, como de bruces, con la dicha que no anhelaba”.

Cuando hablamos de salud, dinero y amor, anteponemos, por lo general, el amor. Nos lo corroboran también las investigaciones del Instituto Coca-Cola de la Felicidad. Entre el informe del año 2008 y del 2009, el amor ha desbancado a la salud como principal elemento de la felicidad para los españoles. El 54 por ciento de los españoles expresaron que el amor era lo más importante para ellos, después de la salud (31 por ciento) y del dinero (7 por ciento). Pero lo más llamativo del informe es la evolución sobre la importancia del dinero. Pese a estar más inmersos en la crisis en el año 2009, los españoles valoran menos el dinero como componente de la felicidad: se pasa de un 17 por ciento a un 7 por ciento. Aún más, el Estudio sobre la felicidad en 2011 demostró que las personas que se consideran más felices no creen que el dinero sea la mejor medida del éxito.

Siendo el amor el secreto, las cosas más sencillas de la vida se tornan en fabulosas oportunidades para amar al otro y ser amado y, por ende, para ser felices: pasear en compañía, cocinar para los nuestros, celebrar un cumpleaños, conocer gente nueva, recibir invitados en casa, reciclar para dejar un mundo mejor, dar besos, ser cariñosos, agradecidos, regalar, regalarnos... En definitiva, abrir esa puerta hacia afuera y vivir la vida que, en el fondo, también es un regalo, como la propia felicidad. En palabras de Victor Frankl, famoso psiquiatra austriaco que sobrevivió tres años a los campos de concentración nazis: “La felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro”.

Revista Misión 22

No hay comentarios:

Publicar un comentario