Juan Manuel Cotelo, en su blog, públicaba ayer un interesante post, en el explicaba las razones por las cuales nos aburrimos en misa y nos da una solución. No te la pierdas:
Me aburro en misa, ¿tú no?
Me encanta la franqueza con que Gabriel me pregunta. Gracias a él, recapacito ahora sobre mi actitud en las misas. Te respondo, querido Gabriel, confiando en que algo de lo que escriba te pueda ayudar. Si no te sirve, te propongo otra idea: vete al cine a ver la película titulada “El Gran Milagro.” En España se estrena esta semana, no sé si en tu país ya se ha estrenado. Yo he tenido la suerte de verla, con mis hijas, y te aseguro que la respuesta a tu pregunta está ahí.
En una misa suceden cosas que no vemos. Si no fuera así, yo dejaría de ir a misa. Y no sería el único. Tal vez por eso muchas personas dejan de ir a misa. Lo que ven y oyen les resulta aburrido, repetitivo, insulso. Para una vez, a modo de curiosidad, está bien. Pero cada Domingo, el mismo rito… deja de interesar. Si la misa consiste en que un hombre celebra una ceremonia compuesta de gestos y palabras… todo ello simbólico pero hueco, sin consistencia real, si no sucede nada más que lo que vemos… entonces el rito no resulta enriquecedor, sino más bien aburrido, por muy simpático que sea el predicador. Puestos a escoger una ceremonia entretenida, me quedo con cualquier coreografía de bailes, música y diversión. Prefiero cualquier competición deportiva, o una obra de teatro, o el discurso de un buen orador. La oferta de actos públicos cuya puesta en escena resulta más atractiva que una misa, es amplia.
Pero la misa es más que una coreografía cargada de símbolos. Es un milagro consistente en que Jesucristo, vivo y presente en el altar, aunque invisible, intercede ante Dios Padre por cada uno de nosotros, entregándose Él mismo como moneda de pago para comprar la salvación eterna de nuestras almas. ¡Casi nada! No intercede ante el Padre solamente con palabras, sino que argumenta con la entrega de toda su persona, con su vida entera, con su sangre, con su alma… Y el Padre acepta su ofrenda. Uff… esto es muy grande. Cristo, ante el Padre, por mí. ¿Y me estoy aburriendo? El problema no está en las características externas del acto, sino en la ceguera de mi mirada.
Participar en una misa, no como espectador, sino como protagonista, implica la aceptación de varias realidades. Primera: la aceptación de que he de ser redimido, salvado, ayudado. En la misa reconocemos que solos no podemos sobrevivir, porque el peso de nuestros pecados puede con nosotros, nos hunde, nos arrastra, nos humilla, nos anula. Una y otra vez lo experimentamos, no es algo teórico. No podemos vencer sin la ayuda de Dios. La constatación de esa herida permanente que nos desangra todos los días de nuestra vida, nos empuja a ir al hospital, a suplicar remedio con ansiedad, con humildad. Necesitamos un remedio poderoso, no un vendaje superficial. Solamente Cristo, vencedor sobre el pecado, puede sanar del todo nuestras heridas. Todo lo demás son remedios caseros que han demostrado su ineficacia a lo largo de la Historia de la Humanidad y de mi propia historia. Si la misa es un ratito agradable, bajo techo, en compañía de gente educada y amable con quienes me une una costumbre cultural… me quedo en casa leyendo un buen libro, o me doy un paseo por el campo, o me divierto con mi familia o amigos en otro lugar, o la sustituyo por las fiestas de mi pueblo, llenas de atracciones entretenidas. Pero si la misa es el momento en que Cristo presenta mis heridas al Padre, intercediendo por mí… ya estoy impaciente por ir a la próxima cita con ese médico de mi alma.
En la misa está Cristo, está el Padre, está el Espíritu Santo. Están los ángeles, están los santos, están las almas del purgatorio. Está la Madre de Cristo, intercediendo también por mí. Está la humanidad entera, la humanidad dolida y sufriente, que espera y suplica curación. Solamente por todas esas cosas que no vemos, merece la pena ir a misa. Hacemos un acto de fe, sencillo: creo que estás aquí, aunque no te veo. Creo que me estás mirando y que tu mirada es de amor. Creo que me estás escuchando y que te interesan e importan las cosas que te cuento, aunque sean mis pequeñeces. Creo que amas a todos aquellos que amo, mucho más que yo. Creo que conoces mis heridas, mis carencias, mis necesidades. Creo que me puedes curar. Me duele esto… y esto otro… y sospecho que traigo heridas internas que desconozco, pero que me frenan. Por favor, Señor, ponme sobre el altar, como el médico pone al enfermo sobre la camilla… y opérame. Extirpa lo que sobre, añade lo que falte. Quiero ser agradable a tus ojos y a los de quienes sufren por culpa de mis heridas. Quiero transformarme en un ser que reciba amor y dé amor. Lo estoy intentando… y no puedo a solas. Necesito tu intercesión, tu intervención, en mayor medida. Creo en tu poder, por eso vengo a misa hoy.
Eucaristía significa “acción de gracias”. ¿Cómo salir del hospital, sin agradecer al médico el trabajo que ha hecho? ¿Cómo no agradecer que Él mismo sea la medicina, que haya salido de su trono celestial para entrar en mi casa a lavarme los pies y curarme? Que se haya arrastrado por mí, que se haya dejado humillar por mí. Cristo no necesitaba inmolarse. Si lo hace, es solamente por mí.
Perdónanos, Señor, por aburrirnos en misa. Perdón por detener nuestra mirada en lo externo, sin tratar de penetrar en el milagro, en lo que no vemos. Gracias por lo que no vemos. Esa película titulada “El Gran Milagro”, que se estrena en España esta semana, nos ayuda precisamente a ver lo que no vemos, porque nos hemos acostumbrado a presenciar un milagro… y ya nos parece normal, incluso aburrido. Después de ver “El Gran Milagro”, nuestro modo de ir y de estar en misa, puede cambiar. Ésa es su finalidad, para eso la han producido: para despertar en nosotros una actitud de contemplación, de confianza en lo que no vemos. Las modernas técnicas de animación son una herramienta maravillosa, que tal vez abran los ojos de nuestra alma. Tras ver la película, cambia nuestra mirada sobre cada gesto de la misa, sobre cada palabra, sobre cada instante de silencio… La película sirve de despertador para quienes nos hemos acostumbrado a ir a misa y ya no vemos nada. Nos recuerda que está sucediendo algo grande y maravilloso, y que sucede por mí, para mí, ahora. ¡Qué inmenso regalo! Ninguna película, ni ningún escrito como éste, es capaz de plasmar la grandeza de una sola misa. Todo se queda corto, pequeño. Ninguna fotografía es capaz de sustituir la contemplación directa de un paisaje. Pero sí puede invitarnos a ir hasta ese paisaje con deseos renovados. Mi propuesta es que, cuando veáis esta película (en el cine, sin distracciones, con las luces y el móvil apagado y abonando el precio de la entrada, como es justo) no os quedéis en lo superficial de “la película”, aplaudiendo su guión, fotografía o música. Lo importante de esta película no es “la película”. Lo importante es aquello de lo que habla, aquello hacia lo que apunta: la misa, una sola misa… ese gran milagro que se nos regala a diario. Mi propuesta es que la veáis pronto, este fin de semana, manifestando también así que somos muchos los que amamos la misa… ¡hasta en dibujos animados! Y que el Domingo, en la misa de verdad, demos gracias a Jesús, por cada misa. Por las que hemos vivido, por las que nos hemos perdido, por aquellas en las que nos hemos aburrido. Gracias, productores de “El Gran Milagro”, por esta catequesis sencilla y preciosa que nos invita a amar más la misa.
Fuente: https://www.infinitomasuno.org/?p=1384
Les recordamos que el día 8 de Marzo se estrena en España "El Gran Milagro" no dejen de verla. Mira si ya está en tu ciudad, sino puedes pedir que la lleven aquí.