lunes, 19 de marzo de 2012

Crecen las vocaciones


A su lado, asienten sus compañeros de curso. A Daniel el sacerdocio le acompañó de por vida. Desde los 9 años le rondaba la idea en la cabeza, pero fue a los 24, tras asistir a la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, cuando se decidió a dar el paso. “Vi la vida de los sacerdotes allí y se volvió a despertar esa posibilidad”, relata. Jesús, en cambio, recibió la llamada con el pie cambiado. “Tenía novia, carrera, amigos y muchos planes entretenidos en mente, pero no me pude hacer el sueco”, afirma divertido seis años después. Ahora Jesús se prepara, junto con Ibán y Daniel, para dar el salto más trascendental de sus vidas: convertirse en sacerdotes.


Los tres forman parte de la comunidad del Seminario Conciliar, un edificio neomudéjar que se alza en el centro de Madrid, con un olor perpetuo a incienso. Aquí se sienten como en casa. Van y vienen por los interminables pasillos de este lugar y se conocen sus secretos como si de un pequeño cosmos se tratara. A Daniel se le ocurre decir que aquí hasta se come mejor que en casa. “Si mi madre me escuchara...”, afirma entre risotadas.


“Esto no es un trabajo”Estos tres jóvenes conforman, junto a 1.275 más, la cantera de la Iglesia. Mañana llevarán las riendas de las parroquias de España y quieren alzarse como ejemplo ante la escasez de vocaciones. Aunque la Conferencia Episcopal (CEE) matiza: en el curso 2011-2012 se ha producido un aumento de 51 seminaristas, un incremento del 4,2% respecto al año anterior. Ese exiguo repunte, sin embargo, no ha impedido a la CEE poner en marcha una campaña, con motivo del Día del Seminario –que se celebra hoy–, en la que prometen “una vida apasionante” y “un trabajo fijo”.


“Esto no es trabajo, es una vocación, hay que entregar la vida”, asegura Jesús. Daniel añade: “Una cosa es querer y otra cosa es poder ser sacerdote. No cualquiera que necesita trabajo debe ordenarse”. E Ibán apostilla: “No hay vocaciones porque no escuchamos”. Saben que la sociedad tiene mucho que ver. En los tres casos la incomprensión se cruzó en sus caminos. “Mis padres ahora están muy contentos, pero al principio no lo entendían”, recuerda Daniel. En Jesús se repite la historia. Cuando les contó a lo que se iba a dedicar a sus amigos de la universidad, lo miraron como a un bicho raro. “Les pareció algo absolutamente exótico”. Los tres coinciden: hay un gran desconocimiento. “No se puede llegar a amar lo que no se conoce”, sentencia Ibán, desde una de las majestuosas salas de su Seminario, que acoge a 87 estudiantes cuando tiene capacidad hasta para 150.


Y dan un último diagnóstico: el hedonismo ha sustituido a la cultura del esfuerzo y la entrega. “Recuerdo que a mis amigos no les gustaba hablar sobre las cosas fundamentales que le afectan al hombre”, rememora Ibán, que lamenta que lo trivial ha sustituido lo verdaderamente importante en la vida. “Si preguntas por la calle cuánta gente es feliz, no sé cuántos te dirían que sí. Las cosas por las que peleamos no deben de valer tanto cuando no nos llenan”, añade Jesús, que cuando se le pregunta si él ha alcanzado la felicidad a través del sacerdocio, responde lacónico: “Cuanto más me acerco a Dios y a la gente, desde el cariño y la entrega, más feliz soy”.


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