lunes, 4 de junio de 2012

Abandono el sacerdocio


Me he dado cuenta (cinco años después, ¡qué torpe soy!) que para ser un buen sacerdote hay que abandonarse. Dejar de ser tanto “uno mismo”, y repetirse y repetirse, para ponerse en manos de Dios, de la comunidad, aprender de los otros. Mira que lo he dicho veces, y lo difícil que resulta. En estos cinco años, lo que ha habido de Dios ha sido tan bonito, tan grande, tan hermoso, que a veces me parece imposible para mis cualidades naturales y mis características personales. Así que, haciendo repaso, y dándome cuenta de que lo mejor que hay en mi vida es de Dios, lo dejo en sus manos. Hoy desearía que se cumpliera este deseo, hacer más hueco en mí, estar más disponible para Dios y los hermanos, andar siempre en fanea, ponerme a la escucha para saber qué tengo que decir, cómo y cuándo, qué es lo mejor que puedo hacer, cómo y cuándo. Esto de ser cura es un regalo inmenso que no se puede llevar adelante solo. Así que gracias a tantos que lo habéis hecho posible. A quienes se han dejado guiar, con quienes he celebrado tantas veces la Eucaristía, quienes se han aproximado a la reconciliación. Igual que no hay profesor sin alumnos, por bueno que sea, ni un padre puede decir que lo es sin hijos, yo no sería sacerdote sin el cielo ni la tierra. En medio me veo, y tanto al cielo como a la tierra les debo mi ministerio. Servimos de puente, estamos de paso, acercamos presencias, abrimos el corazón, la cabeza y la acción a lo que llega de lo alto. Lo mejor, insisto, que puedo hacer es abandonar mi sacerdocio en manos de Dios.


Para dejarse llevar por el Espíritu, no de esclavitud y para la esclavitud, sino de libertad y para la santidad, intuyo que hay varias cosas que resaltar en la vida. Que al menos hasta el momento me han ayudado mucho.



  1. Fiarme de las mediaciones. Que todos estamos en camino, debemos aprender y tenemos la oportunidad de fijarnos. Algunas veces la actitud principal parece ser la “selección-de-mediaciones”, y por lo tanto no nos fiamos de lo que tenemos delante y a nuestra disposición. Sin embargo, cuando he aceptado la realidad que tengo ante mí, y las personas con las que puedo hablar, sintiéndome compañero, todo ha resultado más fácil y de gran ayuda.

  2. Entregar lo mejor. Que algunas veces son “cosas”, ciertamente. Otras son “gestos”, también. Pero la mayor parte de las veces tienen un componente personal muy fuerte, casi brutal. Permitir que otros puedan compartir aquello que yo, primero, he compartido con Dios y es suyo. Tanto en el amor, como en la Eucaristía, como en el Perdón, en la Misericordia, en la Valentía, en la fe y la confianza.

  3. Afirmar la identidad. Aquello que Dios quiere que sea. Evitar que el mal, la desconfianza, la desesperanza me separen y me hagan caer en tristeza.  Afirmar lo bueno. La llamada sigue siendo la misma, no tan diferente del resto de cristianos y personas a las que sirvo. El estilo de vida que me llevará a cumplirlo puede ser particular, pero el horizonte y la meta es común. En este camino, no negar lo que Dios quiere que sea, lo que Dios ha hecho conmigo y va haciendo, mantener un corazón agradecido.


Lo dicho. Que sigo siendo cura. Pero para ser mejor sacerdote, tengo que fiarme más y mejor. Y confiar más en Dios. En el fondo, de esto se ha tratado desde el inicio. Ser más de Dios, y así entregar a Cristo al mundo. Curiosamente, para esto, no puedo dejar de ser yo mismo, con mis cosillas.


Dada la afluencia de mensajes de móvil, llamadas de teléfono y chat de whatsapp, de privados de Facebook y directos de Twitter, señalo que no dejo de ser cura, sacerdote, presbítero o como lo llaméis. De hecho, os pido que recéis por mi vocación. El artículo, bien leído y más allá de los titulares, cuenta otra cosa: dejarse hacer más por Dios, ponerme más en sus manos, confiar más, crecer en esperanza, amar en la medida que Dios ama. Esto, sencillo de escribir, está revestido de una gran complejidad. Por eso, deseo abandonarme más en Dios. Algo que, tanto para mí como para cualquier cristiano, pido con insistencia. Lo dicho, no dejo de ser cura. Las celebraciones, las bodas y mi disposición a servir siguen en pie. Lo único que quiero es que sean más de Dios, al modo de Cristo Jesús+. Que para esto hemos sido llamados los curas, para identificarnos con Él. Y cuando no lo hacemos, no es que demos mala imagen o hagamos lo que no tenemos que hacer, sino que no estamos siendo nosotros mismos.


Por último, aprovecho la ocasión para pedir oración, cuidado y cercanía con aquellos hermanos que están sufriendo alguna crisis, que se sienten “dejados”, que pasan por dificultad o sufrimientos. Esta vocación admirable no se puede vivir en soledad, aunque algunos momentos sean muy íntimos y personales. Desde este pequeño blog, mi cercanía, caridad y disposición para con ellos. Sé de qué hablo, y sé que los pequeños en la Iglesia llevan en sus manos grandes tesoros.


fuente: http://vocacion.wordpress.com/2012/06/03/abandono-el-sacerdocio/

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