lunes, 29 de agosto de 2011
Un sacerdote catalán cuenta su feliz experiencia de confesar hasta 20 horas durante la JMJ
»En ocasiones anteriores había conocido estas Jornadas únicamente a través de la Prensa, de las publicaciones, de la Televisión. Sólo ahora he tenido la inmensa suerte, la gran gracia espiritual, de haber estado presente. Sólo ahora he logrado tener experiencia directa de una Jornada Mundial de la Juventud. Ha sido ésta la primera ocasión en que he podido tomar el pulso, personalmente, a una Jornada Mundial de la Juventud. Nunca había pensado ni siquiera imaginado o soñado que fuese algo tan maravilloso, tan entusiasmante, tan emocionante. Ha desbordado con mucho todas mis expectativas.
»Como sacerdote católico he experimentado la Jornada Mundial de la Juventud desde dentro, y no sólo por lo que se ve, por las inmensas multitudes de jóvenes que llenaban Madrid y la inundaban de alegría, de cantos, de primavera florecida.
»Al dirigirme a la Jornada Mundial de la Juventud me había preguntado, con mi modo de ser exigente, si detrás de esta aventura andariega, esforzada y sacrificada de jóvenes que llegaban de lugares de todo el mundo, llenos de sana alegría, habría mucha profundidad o si, en parte, esta gozosa realidad se disolvería en una cierta superficie de cosas. He constatado que la realidad interna supera muchísimo a lo que se ve exteriormente. He palpado que estamos ante un hecho de primera magnitud para el mundo y para la Iglesia.
Confesando hasta 20 horas
»En la Jornada Mundial de la Juventud he estado confesando entre 15 y 20 horas. Escuchando y atendiendo espiritualmente y con corazón de padre, en consecuencia, a gran cantidad de jóvenes, de chicos y de chicas. Algunas niñas pequeñas habían venido a confesarse corriendo y dando saltos de alegría y con su rostro respirando una alegría muy comunicativa y hermosa, reflejo del cielo, y después de su confesión manifestaban una alegría impresionante.
»He logrado constatar de este modo que en la Jornada Mundial de la Juventud se da gran número de conversiones, muchos progresos espirituales muy importantes y corazones muy tocados por la gracia de Dios. Para decirlo en una sola palabra: se ha dado en esta Jornada Mundial de la Juventud una fortísima actuación del Espíritu Santo en las almas. Esta oleada del Espíritu Santo, este nuevo Pentecostés, habrá de tener unas consecuencias insospechables, incalculables, pero en todo caso grandísimas: muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, una honda influencia en el mundo actual,...
»El mayor número de las confesiones las he oído en el parque del retiro, donde había doscientos confesionarios y donde durante varios días había un horario de confesiones que iba de las 10 de la mañana hasta las 6 horas de la tarde. Un día estuve confesando casi 8 horas seguidas. Cuando se terminaba el horario aún había personas que querían confesar y confesábamos con alegría en medio de la calle.
»En Cuatro Vientos estuve confesando hasta las 5 horas de la noche. No estuve más tiempo porque a las 9 horas quería concelebrar la Santa Misa con el Santo Padre Benedicto XVI, y quería estar lo suficientemente despierto, en condiciones convenientes para esta sagrada concelebración. Pero aún después de las cinco de la noche me pedían que siguiera confesando. Quedaba en el alma el deseo de haber estado más disponible, y haber dedicado más horas a ayudar a aquellos jóvenes, chicos y chicas, que me habían robado el corazón.
»En una carpa que estaba a unos metros de donde me encontraba hubo adoración del Santísimo Sacramento del Altar, expuesto solemnemente en la custodia, hasta las cuatro horas de la noche, aproximadamente. El Señor estaba acompañado por las oraciones y los cantos de los jóvenes, unos arrodillados, otros sentados, que sacrificaban el sueño en unos días que habían resultado muy agotadores.
»El Santo Padre presidió la Jornada Mundial de la Juventud, y el único grito que se oía a las multitudes era la aclamación al Santo Padre. Era una aclamación entusiasta, alegre, cariñosa, de amigos íntimos o llena de afecto, llena de vida. Parecía que el suelo se hubiera esmaltado de flores para aclamar al Papa, el cual se encontraba visiblemente emocionado. Amor al Papa que se contagiaba y aumentaba. Realidad enternecedora.
»Como habrás podido imaginar, también yo me fui muy tocado en mi corazón por el testimonio fantástico de aquellos jóvenes, de aquellos chicos y chicas maravillosos. El mundo y la vida no podía seguir siendo lo mismo en cada uno de nosotros tras el impacto que habían causado en nuestros corazones aquellos jóvenes venidos de todo el mundo para aclamar al Santo Padre y para encontrarse con Cristo. Era difícil contener la emoción, porque resonaba de nuevo en los corazones a través de todo el día y con la lira de tantísimos jóvenes: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat. Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.
»Muchas gracias Santo Padre, muchas gracias jóvenes, chicos y chicas, porque nos habéis demostrado que sois maravillosos, que tenéis un corazón grande, un corazón generoso, un corazón que sabe amar, un nuevo florecer que se esparce por todo el mundo llenándolo de una nueva fragancia y que llena nuestro corazón de esperanza. Un millón de besos. ¡Viva el Papa! ¡Alabado sea Jesucristo!».
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